sábado, 30 de junio de 2018
viernes, 29 de junio de 2018
jueves, 28 de junio de 2018
miércoles, 27 de junio de 2018
martes, 26 de junio de 2018
lunes, 25 de junio de 2018
domingo, 24 de junio de 2018
sábado, 23 de junio de 2018
viernes, 22 de junio de 2018
Aquella maravillosa noche en el barrio de Santa Cruz
Y luego mirarnos en tu calle como en una película
jueves, 21 de junio de 2018
lunes, 18 de junio de 2018
sábado, 16 de junio de 2018
Yo tenía sueño y le dije que iba a dormir
Pero luego no pude y esta mañana al despertar he sentido un malestar muy grande
martes, 12 de junio de 2018
domingo, 10 de junio de 2018
Pero no sé si de alguna manera también te he herido a ti
Espero que no y que algún día me envíes un beso
viernes, 8 de junio de 2018
jueves, 7 de junio de 2018
miércoles, 6 de junio de 2018
lunes, 4 de junio de 2018
domingo, 3 de junio de 2018
Este chico tiene un problema
Cogí el coche después de meses
sin conducir más allá de mi pueblo. Era de noche y tenía que recoger a mi hijo
que venía de Murcia. Llegaba a las 21:40. Yo salí de Los Llanos sobre las nueve
y media, y diez minutos más tarde lo estaba esperando en la estación de Vera.
Había un chico con gafas, sentado
en un banco y con una mochila al lado. Imaginé que también esperaba el mismo
autobús. Y al fondo, de pie, había otro chico con gafas, moviéndose con un
móvil en la mano y los auriculares puestos.
El autobús venía con retraso y
empezamos a hablar. Se acercó a mí sin dejar de mirar el teléfono y, con el
susto que yo llevaba encima, entendí que el autobús ya había pasado. Pero no era posible: el otro chico esperaba,
yo había llegado con solo dos minutos de retraso y mi hijo no estaba allí.
El problema era que el suyo sí
había pasado y ya no había otro hasta la mañana siguiente. Venía de Roquetas de Mar de visitar
a su familia y se dirigía a Cuevas del Almanzora, donde trabajaba el próximo
día, pero no conseguía comunicarse con sus colegas para que vinieran a
recogerlo. Había un taxi en la parada, pero como el bus no venía se fue, y él
lo miró atónito mientras se largaba. Ya no lo puedo coger, murmuró.
Le conté un poco lo que me pasaba,
mi estado de ansiedad. Él le quitaba importancia, eso no es nada, me decía, eso
se quita conduciendo. Si mi hijo viene bien de su revisión, te llevamos, le
dije. Mientras le pregunté, de dónde eres. De madre de Cabo Verde y padre de
Senegal, me contestó. Pero también puede ser al revés, porque yo seguía
nerviosa, aunque en el fondo estaba deseando hacer el bien, ayudar en la calle a
un desconocido.
Serían las diez cuando llegó el
bus. Después del abrazo de bienvenida, mi hijo se encaminaba al coche con su
equipaje y le digo, este chico tiene un problema. Se lo cuento y contesta,
venga, lo llevamos.
Nos subimos los tres en el coche.
Él detrás de mi asiento y le pregunto, cómo te llamas. Ela, me dice. Y le digo, Ela, vas a sacar
ahora un cuchillo y me vas a matar, y luego a mi hijo y llevarte el coche. Los
dos se rieron. Por qué dices eso. Necesitaba decirlo. Como a veces ayudar a los
demás te complica la vida.
Sí, es cierto.
Por el camino pensé en
preguntarle si era cristiano o musulmán. Pero ya estábamos en la rotonda de la
entrada de Cuevas, donde paramos para que se bajara, y nos dijo, que Dios os
bendiga. Que Dios nos proteja a todos, añadí yo. Ya fuera del coche se hizo la
señal de la cruz, elevó los brazos al cielo dándole gracias, y salió corriendo.
BeatrizTorres
Mi revolución es exterior e interior
Iba por el borde de una rambla, caminando
dentro de una finca de naranjos cercana. Mi intención era llegar a la cima de
un montículo, donde habitualmente me siento en postura de yoga e intento hacer
unas respiraciones profundas y conscientes, que me ayuden a meditar unos pocos minutos.
Pero cuando quise salir de la
finca, me di cuenta de que una valla metálica me impedía acceder al monte libre
y salvaje. Seguí caminando, sintiéndome presa en una tierra que considero mía,
al igual que de cualquier otra persona, en el sentido de que forma parte de nuestras
vidas.
No podía soportar que esto me sucediera,
y busqué una salida subiendo, entre pinchos y matojos secos, por una ladera del
monte. De repente miré al suelo y una culebra estirada se posaba en medio del camino.
Me puse a mirarla y observé las ondulaciones de su cuerpo alargado adaptándose
a la orografía del terreno. Qué bella estaba allí quieta sobre las piedras. Oscurecía
y al pasar le pisé sin querer la puntita de la cola. Inmediatamente se me revolvió
levantando la cabeza, mientras emitía un sonido espeluznante que salía de su
boca totalmente abierta. Lo repitió varias veces, hasta que retrocedí con los
pelos de punta, y desapareció tranquilamente entre las matas y rocas de una
orilla del camino.
Tras esta extraña experiencia, me
puse a escuchar sentada en un muro un vídeo que me enviaron el otro día. Se titula “13 consejos de Buda para cuando la
vida se tuerce”. A mí no me entusiasma demasiado el título, porque me parece
que los consejos sirven en cualquier momento, pero su contenido es tan bueno y
explicativo, que me propuse escucharlo cada día, y eso hice. He aquí un breve
resumen: “Las cosas son como son. Si crees que tienes un problema, tienes un
problema. El cambio comienza en ti mismo. No hay mayor aprendizaje que
equivocarse. Si algo no sucede como estaba previsto, significa que lo mejor
está por llegar. Aprecia el presente. Deja el deseo de lado. Comprende tus
miedos y sé agradecido. Experimenta alegría. Nunca te compares con nadie. No
eres una víctima. Todo cambia. Todo es posible.”
Con el alma ya calmada, regresé a
mi casa para cenar. Encendí la radio, y mi ánimo se exaltó al oír de pronto, en
el espacio “Videodrome” de Radio3, un programa dedicado a Marx y Engels,
titulado “Un sueño revolucionario”.
Comprendí entonces porqué cuando
yo tenía dieciséis años quería ser comunista. Y cómo luego mi asignatura
favorita era la filosofía del derecho. Para después querer ser budista o
taoísta. No importa. Mi religión es Dios y yo.
BeatrizTorres
viernes, 1 de junio de 2018
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