Un colega me llamo entusiasmado
para anunciarme que La Casa Azul iba a actuar en el Plastic Festival de El
Egido. No te preocupes por la entrada, me dijo, yo las compro por Internet.
Era el día de la jornada de
reflexión del sábado 27 de abril. Dos días antes yo había empezado a sentirme
mal, sobre todo al atardecer y por la noche. Tuve que recurrir al antihistamínico,
aunque también podría ser un resfriado.
No lo tenía claro, el miedo se
apoderaba de mí. ¿Podré ir?, con la ilusión que le hace a mi colega, no puedo
fallarle, qué fracaso sería para mí.
Por la mañana de ese mismo sábado
me fui al mercado de Vera. Tenía que recoger un libro que había encargado en la
librería Nobel, y era muy importante para mí: Manual de supervivencia de un
Asperger.
Y qué casualidad también que esa
misma tarde se presentara en el Castillo de San Andrés de Carboneras la
antología poética, Versos para bailar o no, coordinada por Javier Irigaray y
dedicada a la memoria de Pilar Quirosa, en la que además participaba con un
pequeño poema titulado Solo quiero bailar, y a la que tampoco iba a poder acudir.
Pero ese había sido siempre mi
deseo obsesivo-compulsivo: no parar de bailar. Por eso me preocupaba el estado
en el que volví del mercado al mediodía. La cabeza me estallaba. El sol me ardía.
Comí sin ganas y me retiré a descansar un poco.
El festival empezaba a las cinco,
pero decidimos salir un rato más tarde. Mientras me puse el termómetro y miré
la hora. Pero era tal mi ansiedad que antes de los cinco minutos me lo quité y
ya pasaba de treinta y siete. Dios mío, tenía fiebre, para una vez en la vida que
deseo en cuerpo y alma ir a un festival con mi colega, y todo porque venía La
Casa Azul. Mi gran pasión.
La Casa Azul de mis sueños y de
mis ilusiones. La Casa Azul de La Gran Esfera y de la Revolución Sexual. Un
grupo de electropop, liderado por Guille Milkyway, que surgió a finales de los
noventa, cuando yo escuchaba a los Pet Shop Boys, y que conocí no hace mucho,
al deslumbrarme la expresión Morfogénesis Mental de su alucinante canción El
Momento.
Me tomé un Paracetamol, cogí
cuatro naranjas, y salimos pitando para El Egido.
Llegamos casi al ocaso, y hasta
después de las once no actuaron. Sin embargo, no me dolió la espera.
Aparecieron como seres de otra esfera. Su espectáculo audiovisual es asombroso,
y lo iniciaron con El Momento. Así nos elevaron directamente a los cielos.
Le siguieron Podría Ser Peor, El
Final del Amor Eterno, Hasta Perder el Control…, y como colofón Nunca Nadie
Pudo Volar, y yo quería volar.
Yo quería volar.
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