Ahora, mientras escribo estos renglones, frena mi mano un miedo inculcado desde la infancia: me aterra parecer sentimental y ridículo. Cuando quiero mostrarme afectuoso y decir palabras tiernas, no consigo ser sincero. Ese temor, así como la falta de costumbre, me impide expresar con toda claridad lo que sucedió entonces en mi corazón.
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