He tenido
que rebuscar en los últimos tiempos de mi vida para encontrar algo
creativo que haya merecido la pena vivir, y lo primero que me ha
aparecido ha sido la lectura y presentación del libro de poemas de
Diego Torres que realizamos de manera conjunta el 21 de agosto en la
cafetería Leo de Antas.
Apenas había
dormido la noche anterior, y ese día trabajaba y tuve que levantarme
antes de las siete para atender el servicio administrativo del centro
de salud. Llevaba casi todo el mes sustituyendo en sus vacaciones a
Margarita, la titular del puesto, y estaba siendo un trabajo muy
intenso, en el que casi la mayoría de los usuarios demandan
asistencia sanitaria con ansiedad y a veces con urgencia.
Pero a pesar de todo me he topado con bonitos recuerdos. Uno de ellos
fue de un desconocido que me soltó de forma espontánea, "no solo eres agradable para el puesto sino que también das cariño, y
eso es muy importante para los enfermos". Esto superó todas mis
expectativas en esta nueva experiencia laboral y se lo agradezco
enormemente. Es más, nunca lo olvidaré. "Siempre he confiado
en la bondad de los desconocidos". (Es una de mis frases
preferidas del cine clásico y moderno).
Aquella tarde me tomé dos valerianas después de comer y pude
descansar un par de horas. Creo que dormí, pero ahora no recuerdo si
tuve pesadillas, que era lo habitual que me pasara en ese tiempo cada
vez que dormía.
Mi sobrino
Diego vino a recogerme un rato antes de empezar el acto, para
refrescar el contacto y así repasar algunos aspectos de la
presentación de su poemario "Cuando el asfalto sabe a sal",
que íbamos a realizar de una manera dialogada. Yo lo veía
tranquilo, recitando los poemas que había seleccionado para la
ocasión, y contándonos también algunos detalles de ellos, y de la
composición y creación del libro en la editorial Open City. Pero yo
no sabía cómo empezar y creo que quedó patente, sin embargo fui
creciendo conforme se iba afianzando nuestra naturalidad a la hora de
entregarnos a los allí presentes.
Mi culmen
llegó poco antes de acabar, cuando recité el poema 32: "Esa
mano inerte/ que desgarra los días/ y los convierte en desiertos de
sal. ... Ojalá pudiera tomar un café/ con Camus,/ le preguntaría/
si realmente el suicidio/ es una opción/ para escapar/ de la
gravedad". Me sentí doblemente feliz. Por un lado recitaba y
por otro me escuchaba. Fue un auténtico placer.
Acabo de
inscribirme como voluntaria en el teléfono de Poesía de Emergencia.
Cada día lo tengo más claro. Quiero ser recitadora de poesía. Una
rapsoda.