lunes, 30 de septiembre de 2019

Cuando el asfalto sabe a sal


He tenido que rebuscar en los últimos tiempos de mi vida para encontrar algo creativo que haya merecido la pena vivir, y lo primero que me ha aparecido ha sido la lectura y presentación del libro de poemas de Diego Torres que realizamos de manera conjunta el 21 de agosto en la cafetería Leo de Antas.
Apenas había dormido la noche anterior, y ese día trabajaba y tuve que levantarme antes de las siete para atender el servicio administrativo del centro de salud. Llevaba casi todo el mes sustituyendo en sus vacaciones a Margarita, la titular del puesto, y estaba siendo un trabajo muy intenso, en el que casi la mayoría de los usuarios demandan asistencia sanitaria con ansiedad y a veces con urgencia.
Pero a pesar de todo me he topado con bonitos recuerdos. Uno de ellos fue de un desconocido que me soltó de forma espontánea, "no solo eres agradable para el puesto sino que también das cariño, y eso es muy importante para los enfermos". Esto superó todas mis expectativas en esta nueva experiencia laboral y se lo agradezco enormemente. Es más, nunca lo olvidaré. "Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos". (Es una de mis frases preferidas del cine clásico y moderno).
Aquella tarde me tomé dos valerianas después de comer y pude descansar un par de horas. Creo que dormí, pero ahora no recuerdo si tuve pesadillas, que era lo habitual que me pasara en ese tiempo cada vez que dormía.
Mi sobrino Diego vino a recogerme un rato antes de empezar el acto, para refrescar el contacto y así repasar algunos aspectos de la presentación de su poemario "Cuando el asfalto sabe a sal", que íbamos a realizar de una manera dialogada. Yo lo veía tranquilo, recitando los poemas que había seleccionado para la ocasión, y contándonos también algunos detalles de ellos, y de la composición y creación del libro en la editorial Open City. Pero yo no sabía cómo empezar y creo que quedó patente, sin embargo fui creciendo conforme se iba afianzando nuestra naturalidad a la hora de entregarnos a los allí presentes.
Mi culmen llegó poco antes de acabar, cuando recité el poema 32: "Esa mano inerte/ que desgarra los días/ y los convierte en desiertos de sal. ... Ojalá pudiera tomar un café/ con Camus,/ le preguntaría/ si realmente el suicidio/ es una opción/ para escapar/ de la gravedad". Me sentí doblemente feliz. Por un lado recitaba y por otro me escuchaba. Fue un auténtico placer.
Acabo de inscribirme como voluntaria en el teléfono de Poesía de Emergencia. Cada día lo tengo más claro. Quiero ser recitadora de poesía. Una rapsoda.







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