domingo, 7 de julio de 2019

Un viaje con Serotonina


Releo la última novela de Houellebecq. Me la compré en el aeropuerto de Alicante. Como una necesidad vital fui buscándola por las tiendas de prensa, revistas y libros, y la convertí en la novela de mi viaje.
Mi vuelo aterrizaba en Basilea, pero allí cruzaría la frontera y me instalaría en Bad Saeckingen, una pequeña ciudad alemana a orillas del Rin. Los primeros días me los pasé comiendo comida típica y paseando por la Selva Negra, pero en el fondo lo que más deseaba era leer mi libro.
Estaba alojada en un hostal municipal, justo al lado del puente medieval de madera más largo y antiguo de Europa, que une Alemania con Suiza, teniendo el Rin como frontera,  llovía, y el silencio era tan profundo que me sumergía directamente en las páginas de esta novela cruel y despiadada, y por ende totalmente rebelde.  
Conforme avanzaba en ella me impregnaba de conceptos y sensaciones. Amor y fracasos, antidepresivos y decepción, sexo y placer, en definitiva una cantidad de vida sin precedentes surgida del mismísimo tracto intestinal.
No me dio tiempo a acabarla y eso que disfrutaba plenamente de su lectura tumbada en la cama, a veces con la ventana abierta escuchando el agua correr y las copas de los árboles moverse sutilmente. Me sentía verdaderamente feliz, pero tuve que volver y subirme de nuevo al avión.
Durante el viaje seguí leyendo. Quería abstraerme del hecho de ir metida ahí dentro con decenas de personas. De pronto entramos en una zona de turbulencias y la gente empezó  a exclamar agarrándose a los asientos delanteros. Pasó un azafato cogiéndose a derecha e izquierda por el pasillo con cara de circunstancias y se me ocurrió preguntarle si se acababan ya las turbulencias, a lo que me respondió como si fuera su única frase en español: se acabó la fiesta.
Yo continué con mi lectura, pero mis vecinos de fila me miraron sorprendidos y asustados, cómo era capaz de no inmutarme cuando el pánico se iba extendiendo y seguir aparentando normalidad con el libro entre las manos, ¿será eso la serotonina?
Casi al final de sus páginas el protagonista cita a Almas muertas de Gógol como su única lectura posible, era reincidente en ella, y critica con escepticismo otras cumbres de la literatura como La montaña mágica y En busca del tiempo perdido.
El otro día tuve que ir a presentar telemáticamente unos papeles en Almería, y de paso visité el Centro Andaluz de Fotografía, me paseé por varias salas y contemplé con asombro “Flores de Periferia", una obra de Pedro Almodóvar y Jorge Galindo.
Me traje conmigo “Almas muertas”.


No hay comentarios: