Mi amiga Ana me llamó y no la tenía identificada.
Busqué en Google el número para ver si me informaba de algo, pero no era un número
denunciado ni tampoco decía que fuera un spam, así que decidí llamar sin saber
a quién. Qué incertidumbre tan atractiva y apasionante me parecía hacer esto.
Cuando descolgó y oí su voz, dije, ¡Ana de mi vida y
de mi corazón! Y lo dije de verdad. Me contó muchas cosas. Lo primero que cómo
estaba, que ella llevaba mucho tiempo sin llamar a nadie. No sé cómo estarás
tú, me insistía, pero yo ya no llamo ni a la familia. Sí, es verdad, estamos
todos muy raros, le confirmaba yo.
Me dijo que estaba harta de vivir en una jaula de oro,
teniéndolo todo y sin tener ningún contacto directo con las personas queridas o
no, desconocidas o no. Que ya no soportaba a su marido como pareja, más bien
como amigo, un amigo de verdad, un buen amigo, y ya es bastante, más que
suficiente.
Llevaba más de una década tomando pastillas para
dormir y tampoco podía más con esa dependencia. Por eso se lo consultó a su
médica de cabecera y la derivó a psiquiatría. Se encontró con un psiquiatra
italoargentino que la tranquilizó, pero a la misma vez le resultó
contradictorio.
Le dijo que era muy difícil dejar esa tolerancia, pero
que la dosis que tomaba estaba por debajo de la media y que el insomnio le
causaría más daño neuronal que las propias pastillas. Luego le propuso hacer un
viaje a Oriente. Y Ana se entusiasmó confesándole que eso era lo que más había
deseado en su vida, conocer otra cultura y vivir otra vida diferente.
Pero el psiquiatra le hablaba de Japón, y ella
asombrada replicó, pero si Japón es extremadamente capitalista y la gente
apenas expresa sus emociones, contenida en una serie de normas muy estrictas.
Es verdad, le respondió él, encima presenta la tasa más alta de suicidios.
Mejor el sureste asiático, Tailandia, Indonesia, Malasia. Ustedes tienen una
moneda muy fuerte y allí la vida es muy barata.
Cuando llegó a casa se lo comentó a su marido y este
le dijo, si quieres visitar a tu amiga budista tendrás que aprender inglés para
no depender de nadie.
Y ella, exhausta de otro obstáculo más, le contestó,
todavía no sé adónde ir.
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