Ignatius es
el protagonista de la novela que estoy leyendo. Es un personaje entrañable que se
muestra tal y como es, sin engaños ni artificios. Como es natural choca con
este mundo de apariencias, en el que cada uno ha elegido su rol o más bien se
lo han asignado a la fuerza.
No comprende
el sistema capitalista que ha erigido el trabajo como fuente de esclavitud, donde
no tiene cabida la iniciativa personal regida por la libertad y la justicia.
Así se siente una persona solitaria, incomprendida y fracasada. Es imposible
que llegue a realizarse plenamente en una sociedad donde la mentira y el dinero
se han establecido para quedarse.
Sin embargo,
aún conserva un gran sentido del humor, una inteligencia innata y unas ganas
inquebrantables de seguir leyendo y escribiendo. Todo ello le anima a continuar
viviendo, también gracias a que su madre le da cobijo y alimento.
El día de su
cumpleaños quería celebrarlo con unos amigos de la infancia. Se enteró de que
se iba a organizar una fiesta en la casa de una conocida y se propuso asistir.
Antes consiguió hacer un bizcocho con harina de arroz del que se sentía muy
orgulloso, pues hacía años que no cocinaba por culpa de la depresión.
Pero nadie lo
invitó, cuando todos sabían que era su cumpleaños. Luego llamó por teléfono a
una amiga de su juventud para darle las gracias por su felicitación a través de
un SMS, y después de tres o cuatro toques la llamada se cortó. Claro, eran las
seis y media de la tarde y seguramente en el continente europeo esa hora debía
ser casi de madrugada.
No le quedó
otra que enfrascarse en la lectura de Boecio, el último filósofo grecorromano,
y su obra “La consolación de la filosofía”. En ese libro se describe el
calvario de un hombre justo en una sociedad injusta, según palabras del propio
Ignatius.
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