Cogí el coche después de meses
sin conducir más allá de mi pueblo. Era de noche y tenía que recoger a mi hijo
que venía de Murcia. Llegaba a las 21:40. Yo salí de Los Llanos sobre las nueve
y media, y diez minutos más tarde lo estaba esperando en la estación de Vera.
Había un chico con gafas, sentado
en un banco y con una mochila al lado. Imaginé que también esperaba el mismo
autobús. Y al fondo, de pie, había otro chico con gafas, moviéndose con un
móvil en la mano y los auriculares puestos.
El autobús venía con retraso y
empezamos a hablar. Se acercó a mí sin dejar de mirar el teléfono y, con el
susto que yo llevaba encima, entendí que el autobús ya había pasado. Pero no era posible: el otro chico esperaba,
yo había llegado con solo dos minutos de retraso y mi hijo no estaba allí.
El problema era que el suyo sí
había pasado y ya no había otro hasta la mañana siguiente. Venía de Roquetas de Mar de visitar
a su familia y se dirigía a Cuevas del Almanzora, donde trabajaba el próximo
día, pero no conseguía comunicarse con sus colegas para que vinieran a
recogerlo. Había un taxi en la parada, pero como el bus no venía se fue, y él
lo miró atónito mientras se largaba. Ya no lo puedo coger, murmuró.
Le conté un poco lo que me pasaba,
mi estado de ansiedad. Él le quitaba importancia, eso no es nada, me decía, eso
se quita conduciendo. Si mi hijo viene bien de su revisión, te llevamos, le
dije. Mientras le pregunté, de dónde eres. De madre de Cabo Verde y padre de
Senegal, me contestó. Pero también puede ser al revés, porque yo seguía
nerviosa, aunque en el fondo estaba deseando hacer el bien, ayudar en la calle a
un desconocido.
Serían las diez cuando llegó el
bus. Después del abrazo de bienvenida, mi hijo se encaminaba al coche con su
equipaje y le digo, este chico tiene un problema. Se lo cuento y contesta,
venga, lo llevamos.
Nos subimos los tres en el coche.
Él detrás de mi asiento y le pregunto, cómo te llamas. Ela, me dice. Y le digo, Ela, vas a sacar
ahora un cuchillo y me vas a matar, y luego a mi hijo y llevarte el coche. Los
dos se rieron. Por qué dices eso. Necesitaba decirlo. Como a veces ayudar a los
demás te complica la vida.
Sí, es cierto.
Por el camino pensé en
preguntarle si era cristiano o musulmán. Pero ya estábamos en la rotonda de la
entrada de Cuevas, donde paramos para que se bajara, y nos dijo, que Dios os
bendiga. Que Dios nos proteja a todos, añadí yo. Ya fuera del coche se hizo la
señal de la cruz, elevó los brazos al cielo dándole gracias, y salió corriendo.
BeatrizTorres
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