domingo, 3 de junio de 2018

Este chico tiene un problema

Cogí el coche después de meses sin conducir más allá de mi pueblo. Era de noche y tenía que recoger a mi hijo que venía de Murcia. Llegaba a las 21:40. Yo salí de Los Llanos sobre las nueve y media, y diez minutos más tarde lo estaba esperando en la estación de Vera.
Había un chico con gafas, sentado en un banco y con una mochila al lado. Imaginé que también esperaba el mismo autobús. Y al fondo, de pie, había otro chico con gafas, moviéndose con un móvil en la mano y los auriculares puestos.
El autobús venía con retraso y empezamos a hablar. Se acercó a mí sin dejar de mirar el teléfono y, con el susto que yo llevaba encima, entendí que el autobús ya había pasado.   Pero no era posible: el otro chico esperaba, yo había llegado con solo dos minutos de retraso y mi hijo no estaba allí.
El problema era que el suyo sí había pasado y ya no había otro hasta la mañana  siguiente. Venía de Roquetas de Mar de visitar a su familia y se dirigía a Cuevas del Almanzora, donde trabajaba el próximo día, pero no conseguía comunicarse con sus colegas para que vinieran a recogerlo. Había un taxi en la parada, pero como el bus no venía se fue, y él lo miró atónito mientras se largaba. Ya no lo puedo coger, murmuró.
Le conté un poco lo que me pasaba, mi estado de ansiedad. Él le quitaba importancia, eso no es nada, me decía, eso se quita conduciendo. Si mi hijo viene bien de su revisión, te llevamos, le dije. Mientras le pregunté, de dónde eres. De madre de Cabo Verde y padre de Senegal, me contestó. Pero también puede ser al revés, porque yo seguía nerviosa, aunque en el fondo estaba deseando hacer el bien, ayudar en la calle a un desconocido.
Serían las diez cuando llegó el bus. Después del abrazo de bienvenida, mi hijo se encaminaba al coche con su equipaje y le digo, este chico tiene un problema. Se lo cuento y contesta, venga, lo llevamos.
Nos subimos los tres en el coche. Él detrás de mi asiento y le pregunto, cómo te llamas.  Ela, me dice. Y le digo, Ela, vas a sacar ahora un cuchillo y me vas a matar, y luego a mi hijo y llevarte el coche. Los dos se rieron. Por qué dices eso. Necesitaba decirlo. Como a veces ayudar a los demás te complica la vida.
Sí, es cierto.
Por el camino pensé en preguntarle si era cristiano o musulmán. Pero ya estábamos en la rotonda de la entrada de Cuevas, donde paramos para que se bajara, y nos dijo, que Dios os bendiga. Que Dios nos proteja a todos, añadí yo. Ya fuera del coche se hizo la señal de la cruz, elevó los brazos al cielo dándole gracias, y salió corriendo.


BeatrizTorres


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