Empecé a leer "A
sangre fría" de Truman Capote, después de que me la
recomendara mi sobrino Diego. Veníamos en su coche por la autovía y
durante el trayecto le conté los planes que tenía para cuando
finalizara mi contrato temporal con la administración local.
Le dije que volvería a
leerme todo Houellebecq, que lo convertiría en mi maestro para
aprender a escribir una novela. Había tenido la suerte de conocerlo
personalmente y haberme comunicado con él. Primero a través de una
mirada intensa y radiante, además de inolvidable, que surgió al
azar después de cruzarnos por un pasillo, al acabar el acto de la
presentación en Antas de su poesía en una edición bilingüe. Hará
de esto más de un lustro.
Luego me he relacionado
con él por correo electrónico. Lo que más recuerdo es una pregunta
que le hice sobre si el amor platónico era estúpido y me dijo que
sí. Meses más tarde le escribí mandándole una reflexión a la que
había llegado en carne propia, donde le confirmaba que el amor
platónico sería estúpido pero era inofensivo. Es verdad, me
contestó.
Diego ha leído "A
sangre fría" tres veces, le encanta. Y a mí me fascinan las
novelas que necesitas leerlas varias veces. Me ha pasado tanto con
grandes novelas clásicas como con modernas. Debido a ese entusiasmo
la busqué al día siguiente en la biblioteca de Antas y, oh dichosa
de mí, la encontré.
Paquita, la
bibliotecaria, me la prestó con sumo gusto. Ella sabe muy bien las
veces que he leído "Rojo y Negro", cómo me engancho a una
obra maestra. Y de esta manera tan absorbente sigo leyendo "A
sangre fría", una novela impresionante.
Todavía me queda, llevo
más de la mitad, pero aún no puedo comprender por qué sucedió ese
crimen, qué les movió a Dick y a Perry a cometer semejantes
atrocidades. Es una intuición intrigante la que mueve el hilo de
esta maravillosa novela, que creo fervientemente que volveré a leer.
Con Raskolnikov, en
"Crimen y Castigo", llegué a la conclusión de que mató
para liberarse de la idea de matar, una idea que había concebido
durante los últimos meses, y que como en todos los crímenes el
castigo comienza en el mismo momento que finaliza la acción.
Si no hay perdón se
producen escenas con sangre fría. Me ocurrió ayer cuando me
despedía de mis compañeros cariñosamente y oí una voz que decía,
"que te vaya bonito". Recordé al instante a Chavela
Vargas, cantando esas palabras y me caló hondo, con cierto sabor
amargo.
"Sí, que te vaya
muy bonito".
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