No sé cuánto tiempo hace que mi médico de cabecera, don José Vique, me dijo, no te mueras sin ver Venecia. Yo acepté la propuesta o receta como algo simpático, pero no había dado ningún paso para su ejecución hasta hace justo una semana.
Primero volé a Bolonia y desde allí con mi hija
Estrella viajamos en tren hasta la estación Santa Lucía de Venecia. Nada más
salir tomamos un “vaporetto”, un pequeño barco que hace las veces de autobús
por las aguas de la laguna, y nos bajamos enfrente de nuestro hotel.
Casualmente se estaba celebrando la Bienal de Arte
Contemporáneo y como teníamos entradas para verla, estuvimos a lo largo de dos
mañanas. Impresiona el arte actual, es rompedor y polifacético, y en medio de
esta realidad variopinta que nos rodea lo que más me sorprende es la
comunicación audiovisual.
Recuerdo un vídeo titulado “Rueda”. Estaba en un
pabellón dedicado a los juegos infantiles. Juegos en color de niños en la
calle, normalmente pobres, descalzos. En este caso un niño sube por la vereda
de una montaña negra de piedrecillas como grava, empujando un neumático vacío
de una rueda grande, hasta cierta altura, y luego se mete dentro y baja rodando
la montaña. La diversión está garantizada y la felicidad del espectador
también.
Dejamos Venecia, sus puentes, sus góndolas, su plaza
de San Marco, su música y su luz, y nos dirigimos a Florencia, al Renacimiento,
al arte clásico, y disfrutamos horas en la Galería Uffizi contemplando sobre
todo a Botticelli y a Caravaggio.
De vuelta a Bolonia no podía abandonar la ciudad sin
ver la “Mostra” dedicada a Pasolini por celebrarse los cien años de su
nacimiento en esta ciudad, donde también estudió.
Qué ganas de volver a ver su cine empezando por
“Accatone” y terminando por “Saló o los 120 días de Sodoma”, su última
película.
Pier Paolo Pasolini, asesinado brutal y trágicamente
en 1975, como reza en una frase iluminada desde arriba, con forma de corazón, al
salir de la exposición: “Non esiste la fine”.
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