miércoles, 17 de septiembre de 2014

La muerte tenía muy poco significado para mí

Era la última broma de una serie de bromas pesadas. La muerte no era un problema para los muertos. La muerte era otra película, no había por qué preocuparse. La muerte sólo  causaba problemas a los que quedaban atrás que tenían alguna relación con el muerto, y los problemas crecían de manera directamente proporcional a la fortuna que dejaba el muerto. Con un vagabundo de los barrios bajos el único problema era la recogida de basura. Unos cuantos entran en el mundo ricos pero todos se van arruinados. Desde luego, con los artistas es diferente: el artista deja tras de sí un pequeño perfume que algunos llaman inmortalidad, y, por supuesto, cuanto mejor es lo que hace más grande es el hedor que deja tras de sí: en color, en sonido, en letra impresa, en piedra y en otras formas. Pero esta inmortalidad es sólo un defecto de la vida: la gente se cuelga en el hedor, lo adoran. Esto no es un defecto del artista. El artista sabe que no pertenece a la inmortalidad más de lo que pertenece a la vida: sólo un intento, y basta, dejemos que el siguiente pruebe suerte.

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