sábado, 6 de febrero de 2021

CUATRO Y CINCO DE FEBRERO

Fui a ver a Charlie haciendo un paseo al atardecer. Por el camino vi un espectáculo grandioso que me hizo recordar al Tao. Los montes aislados resaltaban su figura por el fondo color naranja que había detrás de ellos, en medio de unas nubes difuminadas por la niebla. Cada diez pasos o menos giraba mi cabeza para atrás porque el espectáculo del atardecer siempre parece largo pero luego desaparece muy pronto y no quería perdérmelo. Cómo se hace necesario el don de la contemplación. Parece extinguido de la vida actual.

Era todo tan impresionante que de verdad llegué a afirmar que el Tao está en el cielo, y cuando toqué al timbre se lo dije a Charlie, todos los atardeceres son maravillosos y el de hoy es divino. Ven, sal a verlo. Pero ella estaba ocupada con el baño de los niños, tenía la chimenea encendida y en ese momento no llevaba mascarilla.

Me quedé en el porche con mi doble mascarilla. He optado por protegerme todavía más. La situación es crítica. Mi hija me aseguró anoche que está harta de muertos. No hay respiradores ni ucis para salvar a toda la gente y mueren en las plantas sin solución. Es increíble que estemos en esta situación un año después de empezar con la pandemia.

Hablamos un momento sobre la escuela. Recordé cuando planteé en un consejo escolar que enseñaran a los niños a lavarse las manos antes de ir al comedor y cómo se opusieron todo el equipo directivo y demás profesores que formaban el consejo, además de la mayoría de padres y madres. Recuerdo que mi propuesta obtuvo solo tres votos incluido el mío. Yo sabía que no iba a prosperar. El director se informó en los servicios jurídicos de la delegación para impedir que se incluyera en el orden del día mi iniciativa, pero no lo consiguió. Y yo estaba feliz porque lo veía tan cabreado y colérico que me decía para mí, te voy a dar una lección de democracia, no me importa ganar, pero sí que se debata una cuestión de sentido común.

Cuando mis hijos pequeños comían en el comedor escolar, yo no estaba allí como en casa para recordarles que tenían que lavarse las manos antes de comer. Está claro que eso se aprende en casa pero la escuela también está para aprender.

Por eso cada día cogía mi bicicleta y a la una y media de la tarde estaba allí en el patio esperando a que mis hijos salieran para ponerse en la fila del comedor y decirles tenéis que lavaros las manos.

Los tenían más de cinco minutos en fila esperando para entrar y sin embargo no había tiempo para enseñarles, ese era el argumento del equipo directivo. Una vergüenza.

Charlie y yo quedamos para la mañana siguiente, sobre las doce, para el corte de pelo. Me ha quedado precioso. Es una artista de la peluquería que está haciendo las veinticuatro horas de ama de casa criando a sus tres hijos.

Un poco antes de salir del cortijo, cuando estaba preparando la mochila, sonó el telefóno, era un número muy largo, lo cogí creyendo que era mi médica de cabecera con el resultado de mi última prueba, pero no, era de personal .

Qué personal, por favor, no sé quiénes son ustedes. Perdone, me dijo una voz femenina, somos de personal de justicia del Principado de Asturias. Solo queremos saber si está usted disponible. Sí, le contesto, soy demandante de empleo. Entonces muy pronto le volveremos a llamar ofreciéndole una plaza y un destino en Asturias. Le daremos cuatro o cinco días para incorporarse, si renuncia sale inmediatamente de la bolsa.

Qué noticia tan importante. Yo, que odio la justicia, que salí escaldada del juzgado que me tocó en Ibiza y me prometí no volver a pisar otro en mi vida, a no ser que me pillara muy cerca de casa o fuera en Andalucía.

Pero qué cuesta arriba se me hace cruzar la península en estado de pandemia ahora que sé que lo único que quiero es escribir cada día.

Pero qué interesante también pasar una temporada en Gijón, por ejemplo, o en Avilés. Y vivir cada día algo completamente diferente y caminar por sitios totalmente desconocidos, que luego formaran parte de mí por los siglos de los siglos. Amén.

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