miré la puesta de sol sentada en el último escalón de la escalera que va por detrás del cortijo señorial y lleva a una terraza y a la cocina, primero, tomando la curva del camino el sol me cegaba, mi sol, mi dios,
luego me acordé de que el jueves había empezado una nueva luna y me empeñé en verla, pero antes me tropecé con el todoterreno mercedes del cacique que subía a ver su obra estrella: el embalse
me invitó a subir para que no me cansara subiendo la cuesta y como es natural lo rechacé, reviví la primera y última vez que me subí con él en su coche, siendo yo estudiante de bachillerato, su intento de violación y su posterior venganza por no dejar que me tocara, echándome del coche y abandonándome por la noche entre los pinos de las curvas de la antigua carretera nacional 340 a la entrada de Huércal-Overa
qué cara tiene, qué poca vergüenza, no me extraña que se haya hecho rico y convertido en un nuevo cacique
decidí no seguir por ese camino ni siquiera andando, no quería volver a encontrármelo y retrocedí camino del Palomar
sus máquinas han destrozado la vereda por la que yo caminaba hasta la era donde intento hacer un poco de meditación cada tarde, sin embargo no podía acceder a ella, el corte en la montaña era muy brusco
entonces estoy con un pie levantado con la intención de hacer unos pequeños huecos en la tierra a ver si así podía alcanzar la vereda, cuando veo que viene el mismo coche blanco
dios mío, líbrame de él, giró y se fue
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