martes, 2 de febrero de 2021

UNO DE FEBRERO

Me desperté antes de las ocho. Todavía no había salido el sol. Miré por la ventana la luz y los colores. El rojo del amanecer. Me había puesto el despertador para las ocho y veinte. Tenía que llevar una pequeña porción de mis heces al centro médico antes de las nueve.

Me hice la remolona un poquito. Quería saborear más la cama, sobre todo el despertar siempre me gusta dulce y placentero. No lo conseguí enteramente y me levanté. Me hice un zumo de naranja y mandarina. Me vestí. Le eché de comer en el porche al perro Jimi y a la gatita abandonada.

Aparqué delante del centro y me dirigí con mis papeles y mi botecito a la consulta del enfermero. No estaba. Había salido a hacer varios domicilios. Tenía que esperar. No había dormido muy bien y me sentía agotada allí sentada en ese amplio pasillo solitario y sin ninguna atención.

Después de casi media hora de espera apareció una celadora y me recogió la petición y la muestra con el encargo de que se lo diría al enfermero y así no tenía que esperar más. Gracias, Margarita, le dije. También se acercó con ella un médico portorriqueño que conocí en una de mis sustituciones en el centro y me saludó. Me dijo que antes me había dicho buenos días, cuando yo me movía por el espacio mientras esperaba, pero que no me había reconocido y ahora veía que era yo.

Yo apenas le hice caso, quería salir ya de allí, y más tarde le envié un mensaje disculpándome por no haber sido más amable. Es que últimamente me siento bastante apagada, le dije. No pasa nada, Beatrix, me contestó.

Me gusta el cambio de la zeta por la equis. Sí, puede ser una revolución para mí.

Salí al mercado y compré unas buenas manzanas nacionales que olían a manzana. No así las mandarinas, que se suponen más locales y sin embargo luego me di cuenta de que estaban arrugadas y que su zumo sabía viejo, pasado. Ahora comprendo la expresión de la vendedora cuando le pregunté por el precio y me contestó que todavía estaban buenas.

Entré en una tienda, necesitaba bebida de avena y papel higiénico. En la caja siempre se forma pelotera porque la cajera no para de hablar y hacer comentarios a diestra y siniestra. Me preguntaron por mi hija y les dije que estaba en primera línea de la pandemia. El día anterior había trabajado en la UCI de Covid y se encontraba pendiente de recibir la segunda dosis de la vacuna.

La mujer que había delante de mí se giró para decirme que si estaba infectada esa segunda dosis no le valía. Qué amable, pensé. Luego muy contenta se puso a relatar todos los miembros de su familia que estaban o habían estado contagiados, incluso ella misma. Qué importante se sentía por eso. Ya era distinta a los demás.

Al pagar saludo a otra mujer que dice que me reconoció por la voz. Se vino de Barcelona en septiembre y vive en el pueblo con su hija y su nieta. Qué bien que eres abuela, le digo. Sí, con cincuenta y tres años me parece estupendo, publica ella muy animada. Yo, digo, con cierta tristeza, creo que no voy a ser abuela.

Entonces la tendera, que no se calla ni debajo de agua, comenta a viva voz, no sufras tú por eso, cómprate un perrito y te sale más barato.

Ya tengo un perro y una gata, digo yo, entre las risas de los presentes.

Desayuno, les echo de comer a las gallinas y me pongo a podar. Es luna menguante. El momento propicio. Y luego más tarde como en el taller rodeada de las gallinas. Descanso un poco y vuelvo otra vez a la viña, mientras los pájaros vuelven como cada tarde a hacer sus acrobacias aéreas maravillosas, deliciosas, cómo los envidio, ir juntos en bandadas y dar un espectáculo natural, sin entradas ni publicidad. Me recordaron a los fuegos artificiales y creí ver una bandada de pájaros negros más grandes que los habituales. También su graznido era más fuerte. ¿Son grajos?

Por la noche cené copos de avena, fregué los platos, antes recogí la ropa y caminé un rato bajo la luz azul, y luego hice un fuego. Vi El intermedio en mi portátil porque la tele está rota, no se enciende, y después entrevistas de Candela Peña en la Resistencia. Me río con ella.

Cuando llegué a la cama me leí un relato de Lucia Berlin, Mi vida es un libro abierto.



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